Monday, April 10, 2017

Homo sacer o La devaluación del ser humano

Antes que la brocha de la tradición cristiana transformara el contorno de la esencia de la vida, el homo sacer de la Roma pagana era el marginado y abominable;  quien podía ser aniquilado impunemente por renegado, un fuera de la ley.  Su sentido sagrado llegó con el cristianismo, encerrando en sí este vocablo la esencia misma de nuestra historia: el bien y el mal, lo execrable y lo divino.  Siempre según la norma impuesta.  Esta incongruencia viene, creo, a resumir la forma en que atendemos y entendemos hoy al inmigrante.  Definimos empecinados la naturaleza humana, no como algo que fluye, que se hace y rehace según nos vamos conociendo, sino como algo estático, cuya identidad pierde valor atravesando fronteras.  O algo así.  

En el imaginario popular, el límite entre el bien y el mal lo crean las concertinas y cayucos de unas políticas de inmigración hondamente ineficaces.  Estas políticas ponen a prueba la moral del país, obligándonos a elegir entre (1) aceptar y tratar al inmigrante como ser humano y arriesgar el cambio inevitable de quiénes somos como nación —o qué valores nos definen como tal, o (2) deshacernos de una vez por todas del Convenio Europeo de los Derechos Humanos, cambiando o despreciando en esencia quienes somos y desatendiendo nuestras obligaciones internacionales.  

La retórica desde los distintos púlpitos de poder ha sido diversa: Obama, desde actuar como mero animador desde la barrera mientras animaba a un Congreso que no le había escuchado durante años,  desperdiciando el poder y los medios a su alcance para parar las más de 1.100 deportaciones diarias;  Katie Hopkins, la columnista del Sun, más recientemente se refería a los inmigrantes que cruzaban el Mediaterreo como “cucarachas” que arruinarán las ciudades británicas; Para Trump los indocumentados del país vecino son “ladrones, violadores, y traficantes de drogas”; el presidente checo Milos Zeman advertía de la perversión cultural que se avenía con los refugiados e inmigrantes; D. Cameron y su ministro de asuntos exteriores los tachaban de piratas que acabarían con la civilización europea. . . . Ustedes mismos.  Según las Naciones Unidas, el 84% de las personas que arriesgan sus vidas cruzando en bote el Mediterráneo son refugiados.  Refugiados.

A juzgar por el último enviste a la ley universal y por el discurso terco y simplista en los medios de comunicación y de líderes políticos españoles, en este caso, sobre inmigración, la suerte está echada.   “Vistos desde lejos, con sus ropas oscuras, se asemejan a una bandada de murciélagos colgados en la alambrada”. El País —donde apareció el símil— no se anda con tapujos y va así más allá de la descalificación del inmigrante como invasores en bandada, “peligrosos y violentos” derechitos a su deshumanización.  Hay luego políticos con complejo de Oráculo de Delfos aciago: “Si abrimos nuestras fronteras, el deterioro social puede ser irreversible” —Conrado Escobar, diputado del PP por La Rioja.  Y ya está.  El inmigrante, que osa cruzar la frontera “en bandada” y sin papeles,  se convierte en un problema de seguridad nacional, contra quien la sociedad autóctona debe ser protegida usando tanta fuerza como las autoridades consideren oportuno, mal les cueste la vida.

Ejemplos de la frivolidad y miseria moral del debate público sobre inmigración en España y el extranjero sobran.  En general, se asume que la llegada de inmigrantes supondrá un empeoramiento de la calidad de vida del ciudadano, lo cual, a parte de simplista, desvía la atención de las verdaderas causas políticas y económicas de la inmigración y del hecho de que la pobreza en España, por ejemplo, ha llegado a ser extensa (la sufre ya el 25% de la población), mucho más intensa y además crónica.  Este incremento de la desigualdad socio-económica en el país difícilmente es debido a los inmigrantes con o sin papeles.  Además, el paro, la precariedad laboral, el reducidísimo gasto social, y los recortes draconianos en los sistemas de protección públicos (educación y sanidad) son los encargados de la segmentación y estratificación social, del deterioro del Estado de bienestar. El creciente discurso xenófobo de antaño le está haciendo juego a esas políticas hegemónicas de austeridad que nos carean a unos contra los otros, en un combate por la subsistencia que difícilmente es en igualdad de condiciones.

Queda claro que el debate sobre inmigración se beneficiaría sobremanera si se estableciera sobre las bases sólidas de los principios democráticos y de los derechos humanos y dejara de usarse para ganancias electoralistas.  Así, sin cuestionarnos cómo se redistribuye la riqueza, los efectos del mercado libre y la desigualdad global de oportunidades, nos vemos edificando —con la última reforma en la administración de los CIEs— un Guantánamo para los sin papeles, ese homo sacer a quien le extirpamos de sus derechos y deberes como ser humano.  Doy fe de que lo que marca la experiencia del inmigrante no es tanto el cruzar la frontera como el perpetuo recuerdo de que se pertenece “al otro lado”.  Además, la inestabilidad jurídica del indocumentado, los prejuicio éticos y racistas a que se enfrentan, el déficit de las redes o grupos de apoyo para su eficaz integración, el desconocimiento del medio social y para muchos la falta de competencia lingüística suponen vallas más peligrosas que las de Ceuta o Melilla, porque, además, al de enfrente le han puesto los espolones artificiales de la opresión, el miedo y la desinformación.    

Limpia, fija y da esplendor

Empiezo con el homenaje que en 2013 se hizo a la RAE por su labor de conservación de la lengua española y que pueden ver presionando aquí: 300 años de la RAE: Limpia, fija y da esplendor, porque, además del tono de humor y la controversia acerca de los roles de género, el lema de la RAE concretiza ese “mito persistente” de que todo, incluso algo de dominio público y que transciende barreras sociopolíticas como es el idioma español, puede ser sometido al riguroso prescriptivismo de los puristas de la lengua.  Desde una perspectiva lingüística, la base del mito se entendería en ese “limpia, fija y da esplendor” que insiste en la depuración y normalización de una lengua viva, y como tal, cambiante, siguiendo unos criterios fijos.  Con este fin, el límite entre la competencia lingüística o gramatical y el uso de la lengua se emborronan, puesto que dicha competencia es el eje central para la comunicación efectiva, es decir, su uso.  Nos comunicamos haciendo uso de las normas prescritas a riesgo de caer en el vulgarismo o la incorrección.  Por lo tanto, no entiendo, or ejemplo, a quienes dicen que el sexismo, no viene dado por la naturaleza del lenguaje, sino por el actuar de sus hablantes.  De ser así, ¿por qué tanto ruido con el uso del vocablo “miembras” o “todos y todas”? ¿Por qué la introducción finalmente el vocablo “jueza” entre otros?  La lengua es el vehículo de transmisión de su cultura.  Los cambios culturales y sociales han de verse reflejados en su lengua.  Cuando a través de las normas lingüísticas se está preservando la discriminación o los prejuicios étnicos, es hora de que la RAE se actualice, vaya a la par con la evolución sociocultural de sus hablantes.

Las palabras por naturaleza propia evaden esos criterios prescritos de corrección y propiedad.  No porque los hablantes seamos perezosos o descuidemos nuestro discurso, sino porque nuestras necesidades y características culturales, lo que Ortega y Gasset llamó “circunstancias”,  van cambiando.  Evolucionan.  Desde una perspectiva sociolingüística, la base de esas actitudes es una visión homogeneizada de la lengua en la que sólo una variante se alza con el prestigio lingüístico para representar el conjunto de sus hablantes.  Histórica y sistemáticamente se observa que han sido quienes ostentaban el poder los que han impuesto su propia idiosincrasia lingüística y valores culturales al resto.  Este factor hegemónico está en las raíces propias del español y en su posterior difusión. 

Por corrupción se entendería cualquier impureza, vulgarismo o uso de la lengua que no se ajuste a los usos consagrados en las reglas prescriptivas de la RAE.  De nuevo, impurezas, vulgarismos o usos entendidos como tales bajo el lente subjetivo de quienes entienden que (a) una lengua viva es estática y (b) los cambios evolutivos de la lengua ponen en riesgo la hegemonía y la pureza lingüístico-cultural.  Un botón de muestra es el creciente debate entre “haiga” y “haya” por ejemplo, aquí  en este tema confieso que prefiero el uso culto de “haya” a “haiga” o el debate público enconado sobre el sexismo, ya mencionado, en el uso lingüístico defendido por la RAE o la persistencia de ciertos términos que contienen definiciones peyorativas para ciertas etnias como la gitana, por ejemplo.  En resumen, estamos ante el reflejo de una situación social o cultural, si se quiere, en el uso de la lengua.  Un uso que por otro lado ha de seguir las normas prescriptivas redactadas por la docta institución. 

En la eventualidad de que pudiéramos impedir el cambio o evolución lingüística, nos acercaríamos a la lengua española como hoy lo hacemos a las lenguas clásicas, el latín o el griego, por ejemplo; invariables, muertas.  Sin embargo, lejos de su extinción como instrumento de comunicación, el español es uno de los idiomas más hablados.  No tiene sentido, pues, el imaginarse un idioma sin cambios por diversos motivos.  Al estar en contacto con otras lenguas y las culturas que representan, el español está en constante cambio tanto en su léxico como en su morfosintaxis.  Ejemplos de este proceso son los anglicismos y el lento pero seguro proceso de desaparición del uso del subjuntivo, por ejemplo, favoreciendo el condicional.  Además, el español, visto desde un eje diatópico, sigue procesos de cambio que conllevan diferentes factores evolutivos debido a las diferentes lenguas y culturas (tanto indígenas como modernas).  En general, y ateniéndonos a los 4 ejes de variación lingüística del español —temporal, social, regional y contextual— observamos con claridad la imposibilidad de imponer un uso hegemónico y estático de la lengua.  Perseguir testarudamente este fin es perseguir la propia extinción del español.  Su muerte.

El terror blanco o la represión al Prometeo español

Desde sus orígenes, la creación literaria se ha caracterizado por la lucha irreverente contra la tiranía, por su afán de plasmar en tinta los vicios, desatinos y locuras del ser humano; también por nuestra inclinación natural hacia la curiosidad intelectual.  Se nos cuenta que fue esta curiositas la que arrojó a Adán y Eva de su inocencia embelesada al estado consciente y doloroso de la propia existencia.  Se observa a su vez que el poder hegemónico intenta, sobre todo durante épocas de estragos sociopolíticos, la supresión de esa curiosidad intelectual en su esfuerzo por mantenerse asido al poder e imponer un código moral propio.  Se da así la paradoja de que el Estado, confundido con la nación plena, se torna juez y también parte, anulando cualquier libertad ideológica, moral o política discrepante con los principios morales e ideológicos del grupo en el poder.  Estamos así ante una dictadura.  Con todo, y echando mano de nuestro legado mitológico, el título de este breve ensayo reclama al desafiante Prometeo, quien robó el conocimiento a Zeus para dárselo al hombre, como modelo del conflicto constante entre la dictadura y represión política y el esfuerzo intelectual de devolver al ser humano a su existencia misma en libertad.

            El periodo que va desde 1936 hasta la muerte de Franco en noviembre de 1975 se define por la depuración de todo acto o filosofía contraria al dogma del Movimiento Nacional, al régimen y sus instituciones y a la moral Católica.  Ambos, régimen e iglesia, se fusionaron en un mismo instrumento de represión contra el peligro rojo.  Con este fin se crearon las Comisiones depuradoras, órganos de censura donde lo moralmente aceptable venía dictado no por normas establecidas y claras de moralidad y ética, sino por la pertenencia o no al bando contrario al régimen.  Autores no afiliados a la Falange fueron marginados y tachados de hacer uso de un lenguaje “apodíctico” y “amenazador” (Andrés 188).  Ejemplos de esta censura lo vemos en la literatura de Pío Baroja, Jardiel Poncela, Fernández de Lizardi o Ramón Ledesma Miranda, las cuales fueron calificadas de subversivas, anticlericales, y-o antagónicas al régimen y a la moral Católica.
Es instructiva la descripción que Abellán nos hace sobre la labor de las ya citadas Comisiones, por lo que se reproduce a continuación casi en su totalidad.  Abellán describe como las Comisiones se mantenían en perpetuo acecho a  
Las ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de doctrinas marxistas y todo cuanto signifique falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso ejército, atentados a la unidad de la patria, menosprecio a la religión católica y de cuanto se oponga al significado y fines de nuestra cruzada nacional. (158)
Debido a la arbitrariedad en el discernimiento entre el bien y el mal, entre lo permisible y lo reprochable, cuyo fruto fue esa ambigüedad en la aplicación de los procesos de censura, de Blas informa del riesgo que corrían los censores en su labor de interpretación de los textos y obras cayendo a menudo en el error de “descifrar cuando no hay cifra y de leer lo que no se ha querido escribir” (292).  Alberto Lázaro nos cuenta que tal vez sea por esta ambigüedad en la interpretación de las obras por lo que autores literarios internacionales como George Orwell, recibieron acogida dentro de la España autárquica de la época.  Animal farm o 1984 fueron traducidas al castellano, no sin antes haber sufrido una depuración de sus textos de todo referente sexual y personajes cuya moralidad no se ajustara de forma clara al bisturí moral del nacional catolicismo.  Se vio de este modo apropiado interpretar dichas obras como una crítica al comunismo ruso, obviando pues las semejanzas con el fascismo de la dictadura franquista.
Franco se proponía imponer una represión cultural, castigar al Prometeo
irreverente que aún vivía bajo su régimen y ensalzar los valores castrenses, católicos y totalitarios como epítomes de su particular concepción de unidad nacional.  Para ello se prohibió el uso público de dialectos u otras lenguas que no fueran el castellano, quedando éstos como lenguas inferiores y restringidas al ámbito familiar.  Euskadi y Cataluña sufrieron una fuerte represión dictatorial en este sentido.  Tal fue el aborrecimieto a otras formas lingüisticas del español que incluso se doblaron al castellano películas procedentes de países hispanoamericanos.  Además, Franco implantó un plan de ejecución del disidente, osado Prometeo, a lo ancho y largo del mapa español mediante el adoctrinamiento moral católico del pueblo con “los consejos de guerra sumarísimos, la ejecución de unas 300 personas por semana, la destrucción, quema e incautación de bibliotecas y archivos públicos y privados” (Abellán 161).  De hecho, las editoriales e imprentas debieron de adaptarse a los cánones de moralidad fascista para sobrevivir como entidades privadas.  Muchos literatos del momento ejercieron sobre sus textos la autocensura para poder hacer llegar sus creaciones a un público diezmado por la escasez de recursos económicos.

            La censura abarcó todos los campos de transmisión cultural, desde la traducción de obras clásicas y de autores contemporáneos internacionales, hasta el cine, la prensa y la radio (convirtiéndose éstos en principales medios de propaganda franquista), pasando por la eliminación de géneros literarios considerados como cuna del “pecado de lesa inmoralidad” (Andrés de Blas 184), como la novela realista-naturalista, suprimiendo a su vez cualquier intento de modernización del lenguaje y las técnicas narrativas.
El método preferido para restringir la circulación de obras clásicas o destinadas a un lector culto consistía en la reducción del número de libros traducidos e impresos así como en la subida de su coste.  El estudio detallado de Andrés de Blas sobre los efectos de la censura en las obras traducidas, nos devuelve un panorama desolador donde incluso la literatura infantil no estuvo exenta del filo represor franquista.  La ortodoxia del régimen no podía permitir en manos de niños “un proyecto educativo basado en las lágrimas” (Andrés de Blas 186) puesto que rompía con el virilismo del hombre ideal de la nueva patria.
Floreció, en cambio, la biografía durante esta época.  Por un lado, este género literario sirvió de expresión de esa búsqueda de identidad en autores exiliados.  Por otro, como plataforma de ensalzamiento del dictador dentro de la Península.  La dictadura utilizó la biografía histórica como instrumento de adoctrinamiento popular y como base para justificar el alzamiento militar y las bondades del fascismo en España.  Con todo, durante estos casi cuarenta años predominaron las revistas religiosas o publicadas por la institución Católica así como las promovidas por la falange, como las revistas El Escorial y Destino.
            Llegados a este punto, llama especialmente la atención esa lucha contra lo que significó la censura franquista que a posteriori ejercieron autores los cuales, de una manera u otra, estuvieron vinculados al régimen, como Cela en su La familia de Pascual Duarte, Torrente Ballester con Javier Mariño, o Miguel Hernández, quien ocupó el puesto de Director General de Cultura Popular en los últimos coletazos de la censura administrativa.
            En referencia al mito griego de la introducción, el hígado cultural del pueblo español se vio sometido a la rapiña del águila del terror blanco desde la creación de las Comisiones depuradoras en 1936 pasando por la “apoteosis totalitaria falangista del bienio 1940-1941” (Andrés de Blas 178) y las represalias bajo el nuevo  Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne, y posteriormente bajo la cortina de humo que fue la aprobación de una “apertura vigilada” para la creación y divulgación de obras de todo tipo tras la muerte de Franco en noviembre de 1975.  Una sociedad que durante cuatro décadas ha estado bajo los efectos perniciosos de la represión franquista difícilmente sale ilesa.  Sin embargo, nuestra curiosidad intelectual, como el hígado de Prometeo, es inmortal y renace con fuerza en tiempos de conflicto para mantener al resto de los órganos del país alerta de ese terror blanco que acecha a las sociedades demcráticas.  De esto depende la supervivencia de un estado democrático.  
Con el tiempo, nuestra curiositas se rejuvenece y luce vital tanto en las pantallas de cine y televisión, como en la música y las historias que nos llegan de la tinta cuajada de la palabra.  Es un ciclo harto interminable donde los nietos del aguilucho español esgrimen sin vergüenza las garras franquistas y amagan con desgarrar de nuevo las vísceras del Prometeo por un tweet o un chiste.  

Bibliografía
Abellán, M. L. “Literatura, censura y moral en el primer franquismo”.  Papers: Revista de sociología.               21 (1984): 153-171. Web. 15 de Feb. 2016.
Andrés de Blas, J. “El libro y la censura durante el franquismo: Un estado de la cuestión y otras consideraciones”. Espacio, Tiempo y Forma 5.12 (1999): 281-301. Web. 15 de Feb. 2016.
Lázaro, A. “La sátira de George Orwell ante la censura española”.  Presentado en la XXV Conferencia de AEDEAN. Granada: Universidad de Granada (2002): 1-15. Web. 10 de  Feb. 2016.    <http://hdl.handle.net/10017/6944>

Chovinismo lingüístico

A bote pronto se aprecia claramente la hipocresía de unas políticas que reclaman el bilingüismo para una población de españolitos cada vez más comprimida —por la falta de espacio en una ratio alumno/maestro que se ha visto incrementada en un 20%, y reducido el número de quienes tienen acceso a una educación bilingüe . . . de calidad— pero que se empecina en disolver la riqueza lingüística en el jarro común del español estándar.  No me olvido de los alumnos inmigrantes, quienes son recluidos en aulas cuya finalidad es arreglarles su supuesta “deficiencia  lingüística” cuanto antes, esto es, hacerles olvidar su lengua madre para pasar a sentirse seguidamente tan españolitos como el que más.  Porque, como Wert debió aprender ricamente en su época escolar allá por los 50 o 60, una nación que se precie ha de poseer una única lengua, reflejo innegable del espíritu nacional-católico, mermando cualquier otra idiosincrasia, personalidad o temperamento distinto al de la madre patria.  

Hoy, al igual que en el siglo pasado, lenguas oficiales en la península además del castellano, como el catalán —con unos seis millones de hablantes— cooficial con el castellano en Cataluña, Baleares y Valencia (valenciano), el gallego —hablado por unos tres millones— en Galicia, el vasco, vascuence o euskera —hablado por unas 700.000 mil personas en su gran mayoría bilingües del País Vasco y Navarra, así como otras lenguas no oficiales como el aragonés, el asturleonés o el bable, se ven desde el gobierno y parte de la academia como variedades corruptas, imperfectas, tan empobrecidas e impuras como peligrosas para la supervivencia de la identidad lingüístico-cultural del español.  Esto va claramente en contra de la Constitución española, la cual en su Artículo 3.2 confirma que “las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas”. 

El plurilingüismo de la sociedad española denota esa riqueza cultural e histórica intrínseca a un pueblo tan diverso como su geografía. Cada lengua dentro de España es un trozo significativo del rompecabezas lingüístico que compone la variedad de lenguas de la península.  Si relegamos una lengua, el catalán, por ejemplo, a un segundo plano, seremos incapaces de acabar nuestro rompecabezas.  No se puede comprender España sin todas sus lenguas; esto es, sin todos sus ciudadanos.

El 9 de octubre de 2012, el ahora exministro de Educación y Cultura tuvo “el coraje”, según proclamaba el diario La Razón, “de denunciar la manipulación nacionalista de las escuelas para falsear la Historia común de los españoles, para adoctrinar en la secesión y para instalar un rechazo a todo lo que España es y significa.”  Cita que debió de haber sido acogida con gran orgullo por la RAH.  Pedirles en un futuro que reconozcan la diversidad cultural y lingüística de España será tamaña apostasía como el reconocimiento por su parte de la represión franquista.  No en vano ya se eliminó en la nueva propuesta educativa toda referencia a la globalización económica y cultural y sus consecuencias en materia de derechos humanos parcheando el boquete dejado por estos valores fundamentales con una denuncia al llamado “nacionalismo excluyente”.  Se entiende muy bien este poder de la lengua como símbolo de pertenencia a un grupo y tanto políticos como sociólogos o lingüistas lo usan en defensa de su visión particular de lo que debe constituir la identidad nacional.  Pregunto: ¿se es menos español por hablar en catalán?  De todas formas, ¿qué características debe poseer el español ideal?

Esta española asiste con no menos embeleso al secuestro de la educación plural y orientada a ofrecer las destrezas necesarias para el autodidactismo, innegable ya, en la era de la tecnología y la información.  El patrioterismo académico ha echado la uña a la educación ética o cívica y el respeto a la diversidad, sustituyéndolo con una machacona alusión a la simbología del Estado nacional, vinculado de manera expresa a una moral católica donde la homogeneización es una cuestión de ley natural.  Divina.  Se podría entender pues que estamos ante un caso de chovinismo lingüístico y académico de políticos y burócratas.  Asistimos a una subordinación innegable de cualquier otra lengua peninsular a la estándar, bajo riesgo de la barbarie de la insubordinación y el consiguiente desmembramiento nacional.  Miguel Hernández dibujó nuestra naturaleza bajo este tipo de nacionalismo recalcitrante en el más puro español: “Carne de yugo ha nacido. Mas humillado que bello”.

En cuanto  a la valoración del bilingüismo al que hice referencia al inicio, Aguirre siguió la tendencia de contratar a profesores de inglés nativos, exhibiendo una vez más el chovinismo lingüístico que avala el mero hecho de hablar inglés como lengua materna como sola condición para la práctica de calidad en la enseñanza del mismo.  En cuanto a la justa valoración de las lenguas peninsulares, aún hay quienes defienden que una sociedad no puede funcionar como dios manda sin el reconocimiento y la hegemonía de una sola lengua y su cultura mayoritaria.  La desafortunada afirmación del exministro Wert sobre el objetivo de la educación en las escuelas lo confirma.  La propuesta del ministro sigue careciendo además del apoyo normativo y pedagógico y corresponde a un modelo de hegemonía nacional.  De hecho, nuestro modelo de educación bilingüe en regiones como Cataluña y País Vasco ha sido motivo de admiración por investigadores internacionales. 

Cuando se falla en reconocer la pluralidad lingüística de España, se está dejando en la cuneta un número considerable de ciudadanos y residentes quienes, quieran sus representantes políticos o no, su lengua es la expresión de su identidad, también española, y como tal, forman parte de la pluralidad cultural y lingüística del país.  Intentar imponer una asimilación lingüística al conjunto de la comunidad es negar los beneficios del plurilingüismo para una sociedad del siglo XXI.  Negar a las diferentes lenguas cooficiales el mismo valor del que tradicionalmente ha disfrutado el castellano es retroceder a una visión estrecha y yerma de la sociedad.  Esta involución lingüística lleva necesariamente otra paralela, la cultural. 

No sólo estamos ante una cuestión de cómo operar y de qué enseñar en las escuelas, sino de qué tipo de sociedad queremos: pluralista o conformista, solidaria o intolerante. Queda claro que las cuestiones del lenguaje  son en esencia cuestiones de poder.  El monolingüismo instituido desde la administración central responde a la expresa ideología del gobierno, para quién no hay lugar a la pluralidad.  Parafraseando a un patriótico Theodore Roosevelt, desde el Ministerio de educación se considera que la “españolización es el experimento más glorioso de la humanidad en la ciencia del vivir cotidiano.  Si este experimento quiebra, sería una catástrofe para nuestra civilización”.

Con su última reforma educativa, la octava en cuarenta años, quedó demostrado que la capacidad de nuestro gobierno para implementar políticas educativas abiertas al diálogo intercultural y tolerantes hacia otras formas de ser y pensar es muy limitada.  Cada vez va siendo más difícil reconciliar los distintos puntos de vista subrayando la universalidad de los derechos humanos mientras se mantienen las diferencias culturales.  No hay diálogo ni compromiso ni ademán de buena intención, como lo hubo en la retórica de reformas anteriores como la LOE.  

Considerando que la cultura, a través del lenguaje, enmarca nuestra educación, pocas intenciones tiene el gobierno para apoyar el entendimiento mutuo; para promover una educación justa y equitativa, enriquecida por la creciente interculturalidad y multilingüismo.  Este patrioterismo enarbolado por el Ministerio de Educación no tiene cabida en el debate sobre qué es lo que define y mantiene cohesionada a una sociedad.  Nos devuelve a la visión uniforme, homogénea y centralizada más propia de aquellos que añoran la vuelta —cuando no destape— del ideario franquista.  Si no es capaz de aceptar que una democracia no requiere la eliminación de las diferencias sino el perfeccionamiento y la conservación de éstas, que se marche.   No em representen. 

De piñón fijo

La pobreza ya no será obstáculo para el aprendizaje, y tal aprendizaje deberá ofrecer una puerta por la cual salir de la pobreza … puesto qu...