Saturday, April 27, 2019

Una costilla con sabor a naftalina

Una lengua que nunca cambia, sólo podría hablarse en un cementerio.
Lázaro Carreter

En la Roma clásica, Horacio propugnaba por la licitud de emplear vocablos nuevos en lugar de los viejos. No caló.  En la España del s. XVII, el casticismo, apoyado por la Real Academia de la Lengua Española (RAE) se erigiría como impermeable impidiendo la modernización que se llevaba a cabo en la Europa del s. XVIII.  A finales del siglo XVII el purismo cimentó su oposición contra toda novedad. La España del s. XVIII anhelaba a los antiguos, a Fray Luis de León, a Juan de Mairena, y castigó a quienes se acercaban a las páginas de Voltaire o Rousseau.  No sería hasta el s. XX cuando Unamuno, quien desafiara y renovara los patrones tradicionales de la novela y el teatro, advirtiera contra quienes se alzaban como protectores de una lengua que percibían amenazada, contra este proteccionismo lingüístico “tan empobrecedor como todo proteccionismo, tan empobrecedor y tan embrutecedor” (Viejos y jóvenes, 1956).  Con este trasfondo histórico-cultural, la historia de nuestra lengua, y a la par, nuestra cultura hasta el presente está vinculada a una compleja combinación de factores o fuerzas opuestas, entre ellos los cambios sociales y las restricciones formales fijadas por el sistema gramatical. 

Nadie discute la influencia que el Diccionario de la RAE tiene como paradigma del uso lingüístico. Precisamente porque no se pueden dejar de lado esos efectos, la docta institución ha recibido su debido torrente de críticas.  Hoy se le critica a la Academia su apego a una tradición y un pasado del que le resulta difícil despegarse, su defensa a lo propio y lo castizo, y con ello, su deficiencia en reflejar el uso real del lenguaje. Ya desde su misma concepción le salieron detractores. Constituida bajo el reinado Felipe V en 1713ㄧrecordemos que con la monarquía llegó la represión de las regiones, especialmente Cataluña, Valencia y Mallorca, y sus respectivas lenguas ㄧ, la RAE nace como respuesta al movimiento deliberado de fijar el castellano como lengua nacional.  ¿Quién no recuerda aquel memorable “Limpia, fija, y da esplendor?   Además del tono de humor y la controversia acerca de los roles de género en este homenaje por su tercer centenario, el lema de la RAE concretiza ese “mito persistente” de que todo, incluso algo de dominio público y que trasciende barreras sociopolíticas como es la lengua española, puede ser sometido al riguroso prescriptivismo de los puristas de la lengua.  La Academia se propone eliminar las impurezas, es decir, consagrar lo que es correcto en una suerte de rechazo o extirpación de lo extraño, de lo que carece de pedigree.   


 Entre sus primeros detractores se encuentra el valenciano Gregorio Mayan, purista donde los haya, quien se ganó el calificativo de antiespañol por sus críticas al primer volumen del Diccionario de Autoridades creado entre 1726 y 1739.  Mayan lo calificó de incompleto o diminuto (sinónimos en aquella época), y que se utilicen autores literarios “vulgares” convirtiéndolo en un Diccionario “tan lleno de ignorancia en todas las páginas y tan bárbaro”.  En el s. XIX, M. Antonio Cavo afeaba a la Academia la inclusión de lo que él denominó “la jerga secreta de los gitanos” y, a su parecer, admisiones caprichosas como el vocablo cursi.  Y si hiciéramos caso a las críticas del jesuita Juan Mir y Noguera durante el pasado siglo por el progresivo uso de galicismosㄧhoy neologismosㄧsería la nuestra una lengua “indignamente desgreñada, medio muerta, casi desnuda”.  Es indudable que la Academia ha mantenido una postura conservadora, una defensa de lo que percibe propio y castizo.  También lo es la acuciante deficiencia para adaptarse a las necesidades de los usuarios.  Hay quien no duda en apuntar que se ha normalizado una visión patriarcal en el uso de la lengua con el beneplácito, cuando no la guia, de la docta institución.  Otros no se andan con tapujos calificando a la institución como “históricamente una de las instituciones más sexistas y misóginas del mundo”.

Desde un principio la RAE se negó a admitir a mujeres entre sus filas.  De los casi 500 miembros en sus 300 años de historia, solo 11 han sido mujeres.  No fueron admitidas entre un largo etcétera: Pardo Bazán, María Moliner, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carmen Martín Gaite o Carmen Laforet. Mientras tanto, García de la Concha, sacerdote secularizado, filólogo y exdirector de la RAE al ser preguntado por el por qué, echa mano de la coartada natural y contesta “Era lo natural de la época, no admitir a las mujeres”. Sin más.  ¿Esos motivos naturales? Juan Valera, miembro de la RAE y alabado por el don de imbuir vida a sus personajes femeninos en sus creaciones literarias tuvo a bien augurar: “la Academia se convertiría en aquelarre si abriera las puertas a las mujeres”.  También Zorrilla, coetáneo suyo, sentenció que la mujer que escribe es un error de la naturaleza.  ¿Qué más se puede decir de una academia que nació de dos jesuitas, varios nobles y un mercenario?

Siendo que el sexismo en el lenguaje comenzó con fuerza a partir de la 1ª Conferencia Mundial sobre la Mujer en México en 1975, una se pregunta si el nombramiento de la primera mujer como miembroㄧ¡ay!ㄧ de la RAE tres años más tarde se debió por el empuje de la lucha de por una mayor representación de la mujer en la sociedad y la reivindicación de sus legítimos derechos. Carmen Conde fue la primera mujer en ocupar asiento en la RAE en 1978.  Fecha clave también en la historia socio-cultural y política de España.  Y es que el lenguaje lejos de ser aséptico, tiene su ideología.

¿Ideología? ¿Lenguaje sexista? ¿Cómo es posible que la gramática sea sexista?  Pero es que si no queremos hacer yermo el debate, tenemos la responsabilidad como lingüistas, filólogos o amantes de la lengua de diferenciar entre la competencia lingüística o gramatical y el uso lingüístico.  Aquí una muestra breve del llamado uso sexista del lenguaje:
  • ¿Por qué cuando se llama  a un teléfono de atención al cliente se pone una señorita que no tiene ni idea de lo que se le está consultando? Ahora sustituye señorita por señorito.  ¿Se sorprende? ¿Le “suena” artificial? Pues ahí lo tiene.
  • En el Diccionario de 2001 aparece el vocablo periquear como dicho de una mujer, disfrutar de excesiva libertad.  Afortunadamente, hoy no aparece en www.rae.es.
  • Fue en 2014 cuando se eliminó la acepción “débil, endeble” para mujer y se admitió finalmente presidenta.   
  • En 1984 admitía ministra cuando la Thatcher se erigió pionera en romper ese techo de cristal.
  • En cambio, según la Nueva Gramática de la lengua, Ángela Merkel tendrá que esperar su turno. Por el momento, con canciller le sobra.
  • No fue hasta 1995 cuando el entonces Ministerio de Educación y Ciencia propuso la publicación de una tabla de equivalencia de las titulaciones en femenino.  De hecho, si nos fijamos en los desdobles de los sustantivos, la norma es que el femenino salga del masculino, como aquella legendaria costilla de este Adán semántico: juez-jueza, ministro-ministra, fiscal-fiscala, patrón-patrona, aprendiz-aprendiza, alcalde-alcaldesa ㄧpor cierto, la voz alcaldesa, en su acepción femenina es la mujer del alcalde.  Escasos son los ejemplos en los que el masculino nació del femenino: modista-modisto.  Miren, si les interesa, las acepciones del diccionario para señorito/a.  Y este hecho, se quiera reconocer o no, nos retrotrae a esas raíces culturales androcéntricas descritas más arriba.
  • Quiero resaltar que frente al debate mediático que propugnó la ministra Aido con sus "miembras" del Consejo, la aceptación de dependienta, aprendiza o modisto pasó sin mayor revuelo. ¿Por qué no se defendió en estos casos lo de que género gramatical ... y tal?

El hecho de que hoy la RAE no reconozca discriminación en el aspecto no marcado de nuestro masculino gramatical es simplemente porque las etimologías no revelan el significado actual de las palabras.  Los significados de las palabras cambian a través del tiempo, aunque queden matices de su significado original, precisamente porque la cultura de los hablantes lejos de ser estática, evoluciona. La lengua no es aséptica. Lleva consigo las huellas digitales de su comunidad de hablantes, las diferentes idiosincrasias y valores personales arraigados a la cultura que nos ha visto crecer.  Y como tal, debe reflejar esos cambios.  

Es innegable el poder de la lengua como propulsor o actualizador cultural así como agente de desprestigio y estigmatización social. Tanto es así que te tocan el español y te llega al alma.  Las redes sociales rebosan hoy de juicios de valor lingüísticos asertivos, pasionales porque la lengua representa ese conjunto de símbolos que nos definen, que nos dan razón de ser.  Esos juicios de valor lingüísticos nacen de unas expectativas asentadas en valores sociales e ideológicos.  En un acto de la lengua se refleja mucho más que los ensamblajes del lenguaje per se.  Por lo tanto, encerrarnos en la distinción de que la gramática no es sexista, es tornar el debate en yermo. De hecho, es inconcebible la trasmisión de ideas, opiniones o emociones sin el trasfondo cultural inherente en el acto comunicativo.  Al hablar ㄧactuación lingüísticaㄧ, estamos representando no solo el significado funcional de las palabras propias de la lengua, sino también características y valores comunes al grupo de hablantes. Es decir, que la competencia lingüística o gramatical no es más que un factor dentro de nuestro acto de comunicación o actuación lingüística.  En nuestro acto lingüístico expresamos nuestra subjetividad haciendo referencia a ese legado cultural constitutivo y cambiante de nuestra identidad.

Considero necesario este binomio lengua-cultura para comprender mejor el discurso de quienes apelan por el “uso [del lenguaje] no sexista, acorde con la propia evolución de la sociedad hacia cánones de igualdad entre géneros”.  Considero responsabilidad de los hablantes de una lengua, y por ende de los académicos de la RAE, el ser capaces de actualizarla acorde con la evolución de ese legado cultural, del entorno donde se forman los usos de ciertas expresiones. Más aún, considero que el valor de un informe institucional, es decir, proveniente de la RAE trasciende el ámbito meramente personal y promulga ㄧequivocadamente a mi entenderㄧcómo hemos de razonar sobre el sexismo lingüístico quienes usamos y/o transmitimos y enseñamos la lengua.  El empleo correcto de la lengua no está reñido con su evolución.  Es poco conveniente recaer en el peso de la costumbre por la costumbre o aferrarse a la ortografía y gramática como algo sagrado, una seña de identidad inviolable.  

En contra de lo que afirma el académico del Bosqueㄧy erróneamente auguraba Mir y Nogueraㄧ no solo podríamos seguir hablando, sino que mediante el uso de la lengua actuaríamos para desterrar este otro tipo de violencia, la verbal, y la ignorancia cultural amparada bajo el costumbrismo, la tradición, y ¿por qué no?, la norma prescriptiva.  A menudo, el progreso implica un cambio, una adaptación a los nacientes procesos evolutivos.  Si queremos superar el rito iniciático hacia una sociedad inclusiva, hemos de equiparnos con instrumentos adecuados para combatir la discriminación.  Un instrumento esencial es la transmisión de nuestras percepciones mediante un uso adecuado del lenguaje que refleje claramente nuestro entorno y la forma de entender los nuevos retos del siglo XXI.  

Con frecuencia, quienes rechazan el desdoblamiento de vocablos para visualizar a la mujer recurren a opiniones como ésta: “implicaría que los hablantes de lenguas sin distinciones de género gramatical como el chino o el vietnamita son sociedades inmunes al sexismo” (profesor de lingüística, correo electrónico personal).  Mi interlocutor, también lingüista, es decir, formado en las minucias del lenguaje y la comunicación, pasaba por alto la distinción entre competencia lingüística y actuación lingüística, a parte de rechazar la existencia de parámetros sexistas y androcéntricos universales; es decir, que cada lengua los manifiesta a su manera, acorde con su tejido histórico cultural, reflejando así las actitudes que conforman su idiosincrasia cultural.  Dicho de otro modo, desde el punto de vista de la intervención social sobre la lengua, si se puede hablar de un lenguaje (discurso) machista, racista, etc.     

Tratando sobre el innegable reflejo de estructuras sociales en el uso del lenguaje, Del Bosque afirma que es “muy discutible que la evolución . . . dependa de la decisión consciente de los hablantes”.  Discutible, ciertamente.  Desde que la humanidad caracterizó al ser humano como sociable, viene siendo el uso que se hace de la lengua lo que la va asentando, regenerando y no lo que promulguen las academias, lingüistas o filólogos. Conviene recordar la creación de vocablos en femeninos expuestos más arriba para reflejar la sociedad actual.  Creo además que no podemos esgrimir nuestra titulación de filólogos o lingüistas para denigrar o desautorizar esfuerzos por crear actuaciones lingüísticas no sexistas.  Lo podemos discutir o criticar, positiva o negativamente, pero nada más. 

Para concluir, concuerdo con del Bosque en que la gramática no tiene ideología.  Faltaría más.  Sin embargo, somos las personas las que usamos la lengua, y como tal, esta actuación lingüística está inexorablemente dotada de ideología. La lengua es una construcción inherentemente política. La manera consciente en que nos comunicamos no sólo refleja nuestra cultura sino que influye también en el desarrollo cultural de la comunidad de hablantes. Como agentes de la lengua y sobre todo como lingüistas y filólogos hemos de asumir nuestra responsabilidad ideológica.   Fuentes consultadas Centenera Sánchez-Seco, (2012) Innovación en el lenguaje Innovación con palabras de género implícito: a vueltas con las críticas, Universidad de Alcalá Del Bosque, (2012) Acerca de la discriminación de la mujer y los lingüistas Del Bosque, (2012) Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer Jimenez Ríos, E. (1999) Algunas críticas tempranas al Diccionario de la Academia Moreno Cabrera, J C. “Acerca de la discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad” Reflexiones críticas", Universidad Autónoma de Madrid. Russo, S. (2012) Sobre todos y todas Sanchís Vidal, (n/d) El uso sexista del lenguaje

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