Redacté lo que sigue hace ya un par de años y cada vuelta de calendario se acumulan multitud de casos pertinentes al abuso y la corrupción de poder político y ecómico. Una ensordecedora cacofonía anfíbia que asfixia la razón.
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Dicen
que nuestra cultura, la occidental, tiene como trasfondo una democracia
liberal. Es decir, que son los nuestros sistemas
políticos marcados por el sine qua non de
los procesos electorales libres y justos.
Vale. ¿Y si los elegidos por tu
voto libre y justo nos salen rana? ¿Qué
queda de una democracia cuando la retórica de sus políticos es intolerante, racista,
fascista, o neonazi? El rey nos los dijo
clarito: “lo peor que podemos hacer es . . . perseguir quimeras”. Pues eso.
Inútil afanarnos en buscar un Estado de bienestar democrático —aquél donde las leyes sean la salvaguarda contra la injustica y la desigualdad— cuando pareciera que el voto de la mayoría, ese beso de princesa
adulterado, acabó por transformar la ultrajada democracia en un pantano
aciago.
Cuentan
que las ranas nadan a sus anchas en el interior de las vallas del
Congreso.
En la
cadena evolutiva, el ser humano no comparte ADN con los anfíbios. Por eso, nos parece ajeno a nuestra
naturaleza, desalmado si se quiere, el que
Rajoy o Fernández Diez o Cifuentes o Cospedal distorsionen y manipulen el sentir de
los miles de manifestantes que se acercaron al Congreso con el agua hasta el
cuello. A nuestros dirigentes les
conviene mantener las aguas frías y turbulentas, el hábitat natural de estas
ranas sin pulmón, aunque se ahogue el pueblo. Se requiere sangre fría y muy poca decencia para ningunear el
sufrimiento de un pueblo mientras se premia la obediencia ciega, el silencio,
la sumisión. Represión. Nuestras 50 sombras del fascismo hoy, estilo
E. L. James.
Observando las imagines aparecidas en los periódicos sobre la
actuación policial, pareciera que se cumple de nuevo nuestro sino. Volvemos a la mofa y la muerte en que acabó el
esfuerzo de D. Quijote de elevar la imaginación sobre una realidad cruda. Nuestros dirigentes atenazan los derechos
básicos de unos ciudadanos que sobreviven la frialdad de unas políticas que les
son ajenas. Con el tiempo, la
desigualdad socioeconómica se irá disolviendo entre estas aguas cenagosas hasta
que la respiras inadvertidamente. O
respiras o mueres. La mente se irá liberando
de su capacidad más humana y se someterá sin resistencia al vigilo de la
justicia prescrita por el sapo del prejuicio moral. Transcurre pues nuestra democracia entre las
contracorrientes de las palabras y los hechos de este gobierno anfibio que vive
sumergido en la mentira y la represión. Los
comentarios de nuestros gobernantes en la prensa de hoy parecieran salidos de
quienes asisten satisfechos ya a la mutación por la cual el ser deja de ser
humano para volverse quimera. Lo que pudo
haber sido antes del sueño de la razón.
Algunas de las fotografías
difundidas por la prensa parecen salidas
de Los Caprichos goyescos. Imágenes
delirantes de seres extraños y su relación con la bestia, desvelando la verdadera
naturaleza síquica de nuestros gobernantes.
Esta simbiosis de lo real y lo
onírico se aprecia además en la creación de una página web, por ejemplo, como
símbolo de transparencia para el obscurantismo de una monarquía que se empeña
en seguir siéndolo. Y para no salir de
este crepúsculo entre lo humano y la bestia, una reforma educativa que
incrementa el desnivel académico y amenaza acechante la igualdad; palabra que,
por otro lado, se afana por poder reconocerse a sí misma, por recobrar su
sentido puro, humano. Todo un mundo
onírico y sobrenatural, el nuestro, que supera la ficción con creces. ¿Qué necesita España para despertarse? Según las cosas, una espera que en cualquier
momento la rana engulla de un lengüetazo pringoso nuestra democracia desmembrada,
dejándonos pues sumergidos en aguas pantanosas, sin alma, respirando por la
piel. ¡Croak!