Monday, April 10, 2017

El terror blanco o la represión al Prometeo español

Desde sus orígenes, la creación literaria se ha caracterizado por la lucha irreverente contra la tiranía, por su afán de plasmar en tinta los vicios, desatinos y locuras del ser humano; también por nuestra inclinación natural hacia la curiosidad intelectual.  Se nos cuenta que fue esta curiositas la que arrojó a Adán y Eva de su inocencia embelesada al estado consciente y doloroso de la propia existencia.  Se observa a su vez que el poder hegemónico intenta, sobre todo durante épocas de estragos sociopolíticos, la supresión de esa curiosidad intelectual en su esfuerzo por mantenerse asido al poder e imponer un código moral propio.  Se da así la paradoja de que el Estado, confundido con la nación plena, se torna juez y también parte, anulando cualquier libertad ideológica, moral o política discrepante con los principios morales e ideológicos del grupo en el poder.  Estamos así ante una dictadura.  Con todo, y echando mano de nuestro legado mitológico, el título de este breve ensayo reclama al desafiante Prometeo, quien robó el conocimiento a Zeus para dárselo al hombre, como modelo del conflicto constante entre la dictadura y represión política y el esfuerzo intelectual de devolver al ser humano a su existencia misma en libertad.

            El periodo que va desde 1936 hasta la muerte de Franco en noviembre de 1975 se define por la depuración de todo acto o filosofía contraria al dogma del Movimiento Nacional, al régimen y sus instituciones y a la moral Católica.  Ambos, régimen e iglesia, se fusionaron en un mismo instrumento de represión contra el peligro rojo.  Con este fin se crearon las Comisiones depuradoras, órganos de censura donde lo moralmente aceptable venía dictado no por normas establecidas y claras de moralidad y ética, sino por la pertenencia o no al bando contrario al régimen.  Autores no afiliados a la Falange fueron marginados y tachados de hacer uso de un lenguaje “apodíctico” y “amenazador” (Andrés 188).  Ejemplos de esta censura lo vemos en la literatura de Pío Baroja, Jardiel Poncela, Fernández de Lizardi o Ramón Ledesma Miranda, las cuales fueron calificadas de subversivas, anticlericales, y-o antagónicas al régimen y a la moral Católica.
Es instructiva la descripción que Abellán nos hace sobre la labor de las ya citadas Comisiones, por lo que se reproduce a continuación casi en su totalidad.  Abellán describe como las Comisiones se mantenían en perpetuo acecho a  
Las ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de doctrinas marxistas y todo cuanto signifique falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso ejército, atentados a la unidad de la patria, menosprecio a la religión católica y de cuanto se oponga al significado y fines de nuestra cruzada nacional. (158)
Debido a la arbitrariedad en el discernimiento entre el bien y el mal, entre lo permisible y lo reprochable, cuyo fruto fue esa ambigüedad en la aplicación de los procesos de censura, de Blas informa del riesgo que corrían los censores en su labor de interpretación de los textos y obras cayendo a menudo en el error de “descifrar cuando no hay cifra y de leer lo que no se ha querido escribir” (292).  Alberto Lázaro nos cuenta que tal vez sea por esta ambigüedad en la interpretación de las obras por lo que autores literarios internacionales como George Orwell, recibieron acogida dentro de la España autárquica de la época.  Animal farm o 1984 fueron traducidas al castellano, no sin antes haber sufrido una depuración de sus textos de todo referente sexual y personajes cuya moralidad no se ajustara de forma clara al bisturí moral del nacional catolicismo.  Se vio de este modo apropiado interpretar dichas obras como una crítica al comunismo ruso, obviando pues las semejanzas con el fascismo de la dictadura franquista.
Franco se proponía imponer una represión cultural, castigar al Prometeo
irreverente que aún vivía bajo su régimen y ensalzar los valores castrenses, católicos y totalitarios como epítomes de su particular concepción de unidad nacional.  Para ello se prohibió el uso público de dialectos u otras lenguas que no fueran el castellano, quedando éstos como lenguas inferiores y restringidas al ámbito familiar.  Euskadi y Cataluña sufrieron una fuerte represión dictatorial en este sentido.  Tal fue el aborrecimieto a otras formas lingüisticas del español que incluso se doblaron al castellano películas procedentes de países hispanoamericanos.  Además, Franco implantó un plan de ejecución del disidente, osado Prometeo, a lo ancho y largo del mapa español mediante el adoctrinamiento moral católico del pueblo con “los consejos de guerra sumarísimos, la ejecución de unas 300 personas por semana, la destrucción, quema e incautación de bibliotecas y archivos públicos y privados” (Abellán 161).  De hecho, las editoriales e imprentas debieron de adaptarse a los cánones de moralidad fascista para sobrevivir como entidades privadas.  Muchos literatos del momento ejercieron sobre sus textos la autocensura para poder hacer llegar sus creaciones a un público diezmado por la escasez de recursos económicos.

            La censura abarcó todos los campos de transmisión cultural, desde la traducción de obras clásicas y de autores contemporáneos internacionales, hasta el cine, la prensa y la radio (convirtiéndose éstos en principales medios de propaganda franquista), pasando por la eliminación de géneros literarios considerados como cuna del “pecado de lesa inmoralidad” (Andrés de Blas 184), como la novela realista-naturalista, suprimiendo a su vez cualquier intento de modernización del lenguaje y las técnicas narrativas.
El método preferido para restringir la circulación de obras clásicas o destinadas a un lector culto consistía en la reducción del número de libros traducidos e impresos así como en la subida de su coste.  El estudio detallado de Andrés de Blas sobre los efectos de la censura en las obras traducidas, nos devuelve un panorama desolador donde incluso la literatura infantil no estuvo exenta del filo represor franquista.  La ortodoxia del régimen no podía permitir en manos de niños “un proyecto educativo basado en las lágrimas” (Andrés de Blas 186) puesto que rompía con el virilismo del hombre ideal de la nueva patria.
Floreció, en cambio, la biografía durante esta época.  Por un lado, este género literario sirvió de expresión de esa búsqueda de identidad en autores exiliados.  Por otro, como plataforma de ensalzamiento del dictador dentro de la Península.  La dictadura utilizó la biografía histórica como instrumento de adoctrinamiento popular y como base para justificar el alzamiento militar y las bondades del fascismo en España.  Con todo, durante estos casi cuarenta años predominaron las revistas religiosas o publicadas por la institución Católica así como las promovidas por la falange, como las revistas El Escorial y Destino.
            Llegados a este punto, llama especialmente la atención esa lucha contra lo que significó la censura franquista que a posteriori ejercieron autores los cuales, de una manera u otra, estuvieron vinculados al régimen, como Cela en su La familia de Pascual Duarte, Torrente Ballester con Javier Mariño, o Miguel Hernández, quien ocupó el puesto de Director General de Cultura Popular en los últimos coletazos de la censura administrativa.
            En referencia al mito griego de la introducción, el hígado cultural del pueblo español se vio sometido a la rapiña del águila del terror blanco desde la creación de las Comisiones depuradoras en 1936 pasando por la “apoteosis totalitaria falangista del bienio 1940-1941” (Andrés de Blas 178) y las represalias bajo el nuevo  Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne, y posteriormente bajo la cortina de humo que fue la aprobación de una “apertura vigilada” para la creación y divulgación de obras de todo tipo tras la muerte de Franco en noviembre de 1975.  Una sociedad que durante cuatro décadas ha estado bajo los efectos perniciosos de la represión franquista difícilmente sale ilesa.  Sin embargo, nuestra curiosidad intelectual, como el hígado de Prometeo, es inmortal y renace con fuerza en tiempos de conflicto para mantener al resto de los órganos del país alerta de ese terror blanco que acecha a las sociedades demcráticas.  De esto depende la supervivencia de un estado democrático.  
Con el tiempo, nuestra curiositas se rejuvenece y luce vital tanto en las pantallas de cine y televisión, como en la música y las historias que nos llegan de la tinta cuajada de la palabra.  Es un ciclo harto interminable donde los nietos del aguilucho español esgrimen sin vergüenza las garras franquistas y amagan con desgarrar de nuevo las vísceras del Prometeo por un tweet o un chiste.  

Bibliografía
Abellán, M. L. “Literatura, censura y moral en el primer franquismo”.  Papers: Revista de sociología.               21 (1984): 153-171. Web. 15 de Feb. 2016.
Andrés de Blas, J. “El libro y la censura durante el franquismo: Un estado de la cuestión y otras consideraciones”. Espacio, Tiempo y Forma 5.12 (1999): 281-301. Web. 15 de Feb. 2016.
Lázaro, A. “La sátira de George Orwell ante la censura española”.  Presentado en la XXV Conferencia de AEDEAN. Granada: Universidad de Granada (2002): 1-15. Web. 10 de  Feb. 2016.    <http://hdl.handle.net/10017/6944>

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