Tuesday, April 11, 2017

El fruto del terreno

El subdirector de la OCDE en temas educativos, Andreas Schleiher, me ha tocado el producto autóctono  y este es sagrado.  Todo buen hortelano sabe, entienda o no de comprensión de textos,  que como el fruto del terreno, muy poco.  Punto.  Para este señor, o mejoramos los frutos de la huerta patria,  comparándolos con los arenques del Báltico o el sushi japonés, o el país no levantará cabeza, poniendo en peligro futuras cosechas.  Bueno, y Singapur a la cabeza del PISA (2015) según los datos del informe con su refinado del crudo son ya aperos aparte.  Lo que no acaba de entender este acreditado hortelano es que por nuestros regueros no corren aguas finlandesas y que nuestros melones no son fruto de la disciplina japonesa sino del cuidado integral que nos hace hoy en día ser el mayor exportador del melón.  No por movilidad exterior, sino por falta de puestos en el mercadillo nacional para nuestros melones.


Pero vayamos por partes.  Este señor confiere un valor superior e incuestionable a los frutos producto de la estandarización del buen hacer horticultor.  De acuerdo con su razonamiento, los productos con más puntuación en estos patrones de medición son los que disfrutan de más éxito en el mercado, y por ende, los mejores ¿no?  No.  Entonces ¿qué significan esos resultados? ¿Serán Japón y Corea los poderes hegemónicos de aquí a veinte años? ¿Queremos hortelanos que cultiven la calidad del arenque en el melón español? Y ¿a nadie se le ocurre que el criterio para establecer esos niveles de excelencia es subjetivo, que dependen del caprichoso paladar un grupo selecto de comensales?  El equipar el resultado en un examen, internacional o del propio terreno, con el éxito nacional es cosecha  que aún queda por nacer.

El señor Schleiher da por sentado que “no podemos desarrollar políticas justas e inclusivas” con un dominio pobre de la comprensión lectora, o siguiendo con la imagen, del arte del cultivo. Es decir, que la obtención de exquisitos melones conduce ineludiblemente a que cada hortelano posea un terreno de cultivo con pozo, luz y unos regueros homologados para corrientes bálticas.  Esto desafortunadamente está creando una crisis en la mentalidad del consumidor de melones que cree que es imperante un cambio en la forma del cultivo.  Tanto que no es que seamos incapaces de “cambiar el pasado”, sino que lo estamos resucitando. 

Debe saber este señor que Finlandia, por ejemplo, primero ha cuidado con esmero los terrenos de barbecho ajena a este frenesí de la homogeneización o estandarización de unas pruebas últimamente subjetivas, invirtiendo tiempo, dinero y cariño en el cultivo en sus futuros hortelanos.  Los fineses no consumen esa dieta a base de exámenes estándar.  Les gustan además las especias, sobre todo las que les dan las artes y humanidades.   Es decir, que los melones de la huerta española, señor, se irán desecando a menos que abran la torna de la financiación y doten a todas las huertas de los atavíos necesarios para un buen cultivo integral, no sólo en “lectura y matemáticas”.  Le doy la razón cuando afirma que “un sistema educativo industrial y de talla única ya no puede satisfacer las necesidades de las sociedades modernas”.  Al parecer, usted y mi ministro no leen los mismos informes. 



Para finalizar, creo apreciar vestigios de la insidiosa cultura de la pobreza en su artículo de hoy.  Su referencia al círculo vicioso entre “bajas competencias/bajos salarios”, no sólo no se ajusta a la realidad, sino que es un agravio para el trabajador sobre-cualificado y el que no,  que ve como sus derechos y sus jornales se van al garete con las actuales políticas económicas  abonadas por el FMI.  Tenga usted la seguridad de que su relaxing café con leche en la Plaza de España le será servido por un licenciado agrónomo o el orgulloso dueño de un master en derecho constitucional.   Esa falta de criterio en un subdirector de la OCDE en educación  es cuanto menos inconcebible.  Señor Schleiher, ni la pobreza esta codificada en el ADN ni debe ser un destino impuesto.  Es mi humilde opinión que usted comete el error de valorar la educación de un país sin atender a los procesos sociales, económicos y políticos que se llevan a cabo.  Como bien sabrá, en la escuela se reflejan nítidamente esos procesos.   España debe aspirar a ser un terreno fértil en igualdad de oportunidades para todos, incentivando la creatividad, el esfuerzo y el amor por el aprendizaje.  Las actuales condiciones económicas, sociales y políticas no destruyen ese círculo vicioso del que usted hablaba, sino que lo refuerzan, convirtiendo al país en el mayor exportador de melones de la OCDE.  O sea, que para evitar la sequía usted nos aconseja más “ceniza”. 

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