
El término exiliado aparece por primera vez en 1951 en la Convención de Ginebra con el resurgimiento del concepto estado-nación para referirse a la persona que ya no disfruta de la protección legal de su lugar de procedencia. Un análisis de los términos empleados
para describir la situación del exiliado, tanto el de ayer como el de hoy, nos
devuelve la imagen del desplazado en búsqueda constante de su propia identidad.
Varios son los términos usados para definir al exiliado. Juan Ramón Jiménez hizo suyo el término “conterrado” —importancia del prefijo aquí como nexo simbólico
entre su país natal y el de acogida. Zea nos habla de un “transterrado” José
Gao. Balibrea prefiere el término
“desterrados”. Cualquiera que sea el
membrete, el exiliado siempre aparece como el inmigrante, el desplazao, o con
suerte, el refugiado a ojos de la sociedad que lo ampara. Para el disidente rojo, exiliado connota la brutal
experiencia de ser expulsado, no solo de tu país, sino de los procesos de modernización
social que empezaban a llevarse a cabo bajo la segunda república. Todos estos términos connotan de igual modo
ese esfuerzo por aferrarse al país de uno mientras se iban forjando una
identidad entre las nuevas culturas que los acogieron.
Los primeros desplazamientos de
población empezaron inmediatamente después del comienzo de la guerra, tras la batalla de Irún en 1936, y duraron más de cuarenta años. Se establecieron las primeras colonias infantiles, de los denominados niños de la guerra, en
el norte español desde donde irán a Gran Bretaña y Francia. Un recuento conservador sobre el número de exiliados los sitúa en el medio millón (Hadzelek) Otras fuentes estiman el número de exiliados alrededor del millón
(Exiliados y Balibrea).
Francia, país vecino y única vía
terrestre para huir del fusilamiento y la represión ─ya que Portugal se habia unido a Mussolini y Hitler─, en un primer momento se mostró reacia a
abrir las puertas a los exiliados, lo que provocó que muchos no pudieran
escapar a la muerte. Al abrirlas, se vio sobrecogida por la diáspora de exiliados. Sin disponer de los
recursos suficientes para mantener en jaque la hambruna, las enfermedades y el
desgaste físico y mental de los recién llegados, Francia los acopló en campos de internamiento sin cobijo alguno, en condiciones infrahumanas, causando numerosas muertes. El mayor campo de concentración francés conocido fue Rivesaltes donde se estima que se acogieron a unos 20.000 exiliados. En los últimos meses, en el invierno de 1939, los exiliados del franquismo se hacinaban en los campos de internamiento del sur de Francia, en los Pirineos y el norte de
África.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, muchos fueron capturados y devueltos desde Francia a la España del
autodenominado “Generalísimo” donde les esperaba el paredón de
fusilamiento. Grupos falangistas y la policía española ayudaron a la Gestapo con la labor. Muchos exiliados lograron
huir al este francés, como ocurrió con quien fuera el presidente de la Segunda
República, Azaña, y Negrín. Azaña muere poco más
tarde.
Desde Francia, muchos exiliados
inmigraron a otros países europeos como Gran Bretaña, Belgia, Dinamarca y Suiza y también a Rusia y los Estados Unidos. Sin embargo,
debido a la proximidad lingüística, fueron países como Chile, Venezuela,
Argentina y México los que más exiliados políticos recibieron, Hadzelek resalta el hecho de que la recompensa
económica del intelectual español exiliado en México era “ocho veces más que
los académicos mexicanos” (72) por un mismo trabajo. La gran acogida de México a los exiliados
españoles favoreció el que los intelectuales exiliados continuaran con su
profesión. Aquí se funda la Casa de España. El consiguiente avance del
capital cultural benefició mutuamente tanto a la sociedad mexicana de acogida
como al propio exiliado.
Es
innegable hoy la gran relevancia del exiliado político del franquismo para
entender la historia de un pueblo y las reacciones internacionales ante una
crisis humanitaria a mediados del siglo XX. Sin embargo, creo conveniente resaltar que desde
las instituciones españolas no ha sido prioridad el difundir un suceso tan
enraizado en nuestra identidad cultural. Se ha ignorado casi por completo, así como tampoco
se han dado los medios adecuados para debatir la dictadura en las aulas, con medios para favorecer ese diálogo necesario que vaya borrando la imprenta
de la dictadura de nuestra cultura y nuestro compendio ideológico. Es por ello que, como expone Balibrea, “el
estudio del exilio republicano, como una práctica intelectual y política, se ve
perseguida por la nostalgia y la melancolía” (6). Es un tema tabú, a evitar sopena de reabrir una herida que nunca se cerró.

Con el retorno del Guernica de
Picasso a España en septiembre de 1981 se puso un cierre simbólico a esta parte
significativa de la historia española. Aunque
Picasso pidió que el Guernica retornase bajo una república, lo hizo en 1981,
con una monarquía parlamentaria.
Monarquía que, por otra parte, no fue por voto democrático sino por expresa
voluntad del dictador. De los conocidos exiliados
políticos y literatos regresaron al país entre otros Alberti, exiliado a Argentina y Roma con su Cal y Canto o Marinero en Tierra, La Pasionaria, exiliada en Rusia,
María Zambrano, Max Aub y su Gallina ciega, exiliado en México, y Francisco Ayala, exiliado en Puerto Rico, Argentina y EEUU.
Trabajos Citados
Balibrea, Mari
Paz. “Rethinking
Spanish Republican Exile. An Introduction”. Journal
of Spanish
Cultural
Studies 6.1 (May2005):3-24. Proquest.com. Web. 13 Jan. 2016.
“Exilio”. You Tube. You Tube, 10 Mar. 2013. Web. 13 Jan. 2016.
Hadzelek, Aleksandra. “Places of Exile: the
Transculturation of Spanish Exiles in Mexico”.
Journal of the Australasian
Universities Modern Language Association 113.1 (2010). 69-85. Proquest.com. Web. 13 Jan. 2016.
Zea, Leopoldo. José Gao: el Transterrado. UAM: Centro
Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos:
México, D.F, 2004. Print.