
Las
palabras por naturaleza propia evaden esos criterios prescritos de corrección y
propiedad. No porque los hablantes
seamos perezosos o descuidemos nuestro discurso, sino porque nuestras
necesidades y características culturales, lo que Ortega y Gasset llamó “circunstancias”,
van cambiando. Evolucionan.
Desde una perspectiva sociolingüística, la base de esas actitudes es una
visión homogeneizada de la lengua en la que sólo una variante se alza con el
prestigio lingüístico para representar el conjunto de sus hablantes. Histórica y sistemáticamente se observa que
han sido quienes ostentaban el poder los que han impuesto su propia
idiosincrasia lingüística y valores culturales al resto. Este factor hegemónico está en las raíces
propias del español y en su posterior difusión.
Por
corrupción se entendería cualquier impureza, vulgarismo o uso de la lengua que
no se ajuste a los usos consagrados en las reglas prescriptivas de la RAE. De nuevo, impurezas, vulgarismos o usos
entendidos como tales bajo el lente subjetivo de quienes entienden que (a) una
lengua viva es estática y (b) los cambios evolutivos de la lengua ponen en
riesgo la hegemonía y la pureza lingüístico-cultural. Un botón de muestra es el creciente debate
entre “haiga” y “haya” por ejemplo, aquí —en este tema confieso que prefiero el uso
culto de “haya” a “haiga”— o el debate público enconado sobre el sexismo, ya mencionado, en el uso lingüístico defendido por la RAE o la persistencia de ciertos términos que contienen definiciones peyorativas
para ciertas etnias como la gitana, por ejemplo. En resumen, estamos ante el reflejo de una
situación social o cultural, si se quiere, en el uso de la lengua. Un uso que por otro lado ha de seguir las normas
prescriptivas redactadas por la docta institución.
En la
eventualidad de que pudiéramos impedir el cambio o evolución lingüística, nos
acercaríamos a la lengua española como hoy lo hacemos a las lenguas clásicas,
el latín o el griego, por ejemplo; invariables, muertas. Sin embargo, lejos de su extinción como
instrumento de comunicación, el español es uno de los idiomas más
hablados. No tiene sentido, pues, el
imaginarse un idioma sin cambios por diversos motivos. Al estar en contacto con otras lenguas y las
culturas que representan, el español está en constante cambio tanto en su
léxico como en su morfosintaxis.
Ejemplos de este proceso son los anglicismos y el lento pero seguro proceso
de desaparición del uso del subjuntivo, por ejemplo, favoreciendo el
condicional. Además, el español, visto
desde un eje diatópico, sigue procesos de cambio que conllevan diferentes
factores evolutivos debido a las diferentes lenguas y culturas (tanto indígenas
como modernas). En general, y
ateniéndonos a los 4 ejes de variación lingüística del español —temporal, social, regional y contextual— observamos con claridad la imposibilidad
de imponer un uso hegemónico y estático de la lengua. Perseguir testarudamente este fin es perseguir
la propia extinción del español. Su
muerte.
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